Opiniones sobre algunos poemas de René del Risco Bermúdez
Se percibe en el poema “Esta ciudad”, una
relación de cotidianidad con la ciudad, rodeada de detalles y evocando
recuerdos, pero a la vez vislumbrando un futuro que dejará de ser
indefectiblemente y entre vivencias y recuerdos etéreos. René del Risco, ante
la realidad del fin, repasa y evoca todo
aquello que es ritual y humano.
“En la ciudad”, es un poema de la cotidianidad. El poeta mira todo y siente que está con todo y nada. Todo le abruma. Este poema expresa el derrumbe de la utopía de toda una generación posguerra.
Ramón Mesa
En el poema “No era esta
ciudad”, el poeta traduce una relación de nostalgia que la ciudad presente y la
que pudo haber sido.
Eulogio Javier
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En el poema “Esta ciudad”, como en toda la poética de este creador esencial, la ciudad es un pequeñito orbe en el cual, como en el Aleph de Borges, todo el acontecer citadino no es sucesivo, sino que todo está hecho de materia humana, singular a lo vívido y experiemcial, fluyendo en un solo instante de eternidad. Y nada hay que sea voz de ficción o ejercicio de imaginería o trapecismo del lenguaje; no, en Rene la cosas están vivas, todo echa a andar, a suceder conforme a la naruraleza de los multiversos, de modo que nada es invención, sino que la ciudad se dice sola, todas las escenas dándose en el mismo instante y en el cual el drama de la vida es imparable... Esa es parte de la grandeza de René: no inventa, es protagonista y espectador a la vez, lo que pequeña cosa no es.
En
la ciudad…
Los
versos del poema expresan la tensión entre la vida y la muerte o entre memoria
y recuerdo. El modo enunciativo de sus versos puede interpretarse como un monólogo.
El espacio espiritual de su sensibilidad puede ser pensado como una escena
desde cuyo centro surge la voz admonitoria del poeta. Su título evoca la
infinitud de esta tensión y el desdoblamiento
del poeta que conjura la esencial realidad que late como un corazón en la
ciudad que canta: ¿una mujer?
Es la
escena de la nostalgia, la despedida o la soledad; la escena en la que todo lo
vital pierde existencia o ha de perderla:
Esta ciudad/ en la que dejarás, tarde o tarde, / tus perfumes,
/ tus cabellos, / como se dejan cosas olvidadas/ en la casa que habitamos
algunas veces.
Se trata
de la ciudad donde el sujeto abandona el
camino recorrido:
(…) quedarán tus pasos largamente tendidos,
Donde dejarán de imponerse los cambios de humor, la
personalidad, la honestidad o la hipocresía:
(…) Dejarás tu rostro en los espejos,
Donde se olvida la relación con un mundo físico
posible o la experiencia que ya no podrá depender más de su aspecto perceptivo:
(…) Dejarás tus manos/ tu color sobre el muro de tu balcón, /sobre
las llaves, /sobre los libros
Es la ciudad donde pierde o adquiere significado la
intimidad y el mundo interior que es posible habitar:
(…) en tanto que tus labios dirán palabras/ que muchos jamás
sabrán que pronunciaste.
En síntesis, en esta ciudad se nublan las formas del
día y la noche, del movimiento y lo inerte, del ritmo y la danza que festeja
los restaurantes, la música, los estrépitos del cuerpo que hacen celebrar la libertad, la danza de una naturaleza viva que nos
rodea o la voluntad que nos impulsa hacia el porvenir.
La
ciudad adquiere cuerpo y voz a través de los objetos que transitan de un lugar
a otro, develando los secretos que despiden por una sola vez el mágico universo de la cotidianidad. Y así como la piel del cuerpo humano expresa rasgos de su historia vital
con las heridas que lo evidencian, el monologo del cuerpo-ciudad, creado por
René del Risco Bermúdez, ejerce su fuerza evocativa con el ritmo pausado y
profundo que viaja hacia el interior del lector (nunca hacia la superficie de
los sentimientos) y en la potencia de la reiteración literaria que recorre los
detalles del objeto enunciado.
En este monólogo, la historia del cuerpo-ciudad es el de la esta tensión
entre la vida y la muerte: la vida como relación del sujeto y su otredad y la muerte
que se representa a partir del movimiento pausado de la nostalgia en el recuerdo,
o del abandono de todo aquello que una vez pareció tener significado o, acaso,
podría tratarse del más profundo de todos estos sentimientos: que es la soledad
infinita; la soledad que podemos experimentar en la muchedumbre.
Por esto, tal vez, el poema no impone un final ni posible ni imposible,
el poema continúa siempre abierto, escrito detrás de sus eternos puntos
suspensivos, como una admonición que advierte la persistente voz de un destino
que nos espera con templanza admirativa, como diciendo:
Esta ciudad no te olvidará ni un solo instante, / como todos,
estás para esta muerte!
Pedro José Ortega
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